HOMILÍA CORPUS CHRISTI

Lo último del obispo


Queridos hermanos,
Celebramos un año más la gran Fiesta del Corpus Christi, en la que profesamos solemne y públicamente nuestra fe en Aquél que es la piedra angular sobre la que se asienta toda nuestra vida y nuestra esperanza. En esta celebración contemplamos de modo particular quién es Jesús, nuestro Señor, cómo es su amor y qué ha hecho por nosotros, entregándonos real y plenamente su Cuerpo y su Sangre para que vivamos unidos a Él y a nuestros hermanos. 
El día de Corpus nos recuerda como en síntesis las realidades más importantes de nuestra fe. Y en primer lugar el gran misterio de la Encarnación; es decir, que Dios haya querido asumir la condición humana, hacerse hombre con todas las consecuencias, transformando su carne y sangre en fuente de vida, como celebramos en esta fiesta: “el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51).
Así sabemos que nada humano, nada nuestro, es ajeno o extraño a Dios; que no estamos solos en los desafíos que nos toque afrontar cada día, porque Dios se ha hecho compañero de camino; que, por la Eucaristía, Él habita en nosotros y nosotros en Él. Y tenemos la alegría de saber también que ya no hemos de temer, ni siquiera en los momentos de sufrimiento o ante la muerte, que en toda circunstancia cada uno de nosotros podrá dar frutos de amor y de justicia, de humanidad verdadera. En este sentido se comprende la frase que acompaña últimamente los carteles de Caritas: “AMA Y VIVE LA JUSTICIA”, que nos invita a seguir la lógica profunda de quien cree en Jesús, el Hijo de Dios, y recibe de sus manos el sacramento del Pan y el Vino consagrados. Ama y vive la Justicia, pues eso hace quien ama, defender el bien los derechos del amado, en primer lugar del más necesitado.
Una segunda dimensión esencial de nuestra fe que pone de manifiesto la fiesta de Corpus es que somos Cuerpo de Cristo, como nos recuerda muchas veces San Pablo. Jesús es la Cabeza y nosotros los miembros, que vivimos de un mismo Espíritu, que nos alimentamos de un mismo Pan, que tenemos en la Caridad un mismo principio de acción, siendo diversas la misión y los dones de cada uno. Esto proclama el lema del Día de la Caridad de este año: “LLAMADOS A SER COMUNIDAD”.
No es posible separar la unidad de los hermanos y la caridad, porque ambos son el fruto verdadero del sacramento de la Eucaristía, que surge del amor inmenso por cada uno de nosotros que mueve el corazón del Señor. Cuidemos, por tanto, la unidad y la fraternidad entre nosotros, en nuestras familias y parroquias, en nuestros pueblos y ciudades. Esta actitud, este espíritu cristiano, está en los fundamentos de nuestra convivencia desde hace muchas generaciones. Pero no podemos darlo por supuesto, sino que hemos de pedirlo siempre al Señor Jesús, a quien adoramos este día públicamente en nuestras calles: que no venza nuestro egoísmo, sino la caridad que recibimos en Tí; que haya paz en nuestras casas y en nuestro tiempo.
El Espíritu de la caridad es el contrario al espíritu de Babel, que pretende imponerse por la fuerza, que cree sólo en el propio poder. Este año, en que hemos recibido de nuevo el grandísimo don de la Indulgencia Plenaria cotidiana en nuestra Catedral Basílica, recordemos que no es posible ser voluntariamente causa de querellas y divisiones, dañar al prójimo o al hermano en nombre de las propias conveniencias, permanecer en el pecado y, al mismo tiempo, participar dignamente de la sagrada comunión o pretender actuar como miembros del Cuerpo de Cristo que se mueve por la caridad.
El don de la Indulgencia nos recuerda que el Sacramento de la Eucaristía tiene en lo más íntimo un misterio de misericordia, un sacrificio cumplido por el Señor para el perdón de los pecados. Y nos invita a mirar siempre con esta conciencia a Jesús Sacramentado: nos acercamos a Él sabiendo que entramos en un misterio de unidad y de Comunión, adquirido en la Cruz al coste de su Cuerpo y de su Sangre. Este es el precio de su Amor por nosotros, el precio en que nos valora. Que seamos preciosos cada uno para su prójimo, para su hermano.
La fiesta del Corpus Christi nos pide, pues, como recuerda reiteradamente el Papa Francisco, que no quedemos encerrados en nosotros mismos, sino que salgamos y vayamos allí donde están unos hijos de Dios y hermanos nuestros que necesitan ayuda, que sufren situaciones injustas. Estamos llamados a ser comunidad en la que encuentren acogida inmigrantes y refugiados, por quienes también se entregó nuestro Señor; que contribuya a superar los obstáculos a la fraternidad, personales y sociales. Porque la Eucaristía nos recuerda que Dios busca unir a toda la humanidad como a una sola familia, en la que el egoísmo no construya fronteras ni ahonde divisiones, opuestas al Amor de Quién murió para reunir al pueblo de Dios disperso.
Celebremos, pues, la fiesta del Corpus con alegría y con esperanza. Sabemos que cuando miramos amorosamente y adoramos al Santísimo Sacramento, cuando nos alimentamos de la Eucaristía, se hace posible el milagro de realizar las tareas de la vida con caridad verdadera, dejando atrás egoísmos y exclusiones; se hace posible abrir el corazón al prójimo, recibir al que viene de lejos, superar conflictos, tejer de nuevo los lazos de la reconciliación y de la unidad, en las familias y en la sociedad.
Que este día del Corpus sea realmente día de fiesta en nuestras casas y para nuestro pueblo. Necesitamos al Señor, la certeza de su presencia con nosotros, el aliento de su Caridad inextinguible; pero hoy celebramos solemnemente que Él está con nosotros para siempre, todos los días hasta el fin del mundo. Renovemos nuestra confianza en su Amor y alabemos siempre al que puede fundamentar nuestra esperanza en toda circunstancia y hacer de cada uno de nosotros instrumento de paz y de bien.

¡Feliz fiesta de Corpus Christi!

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