Celebramos en este 2009 los cincuenta años de Manos Unidas. Esta efemérides pone ante nuestros ojos uno de los milagros que la fe católica hace en la humanidad hoy, a través del cual Dios habla de modo comprensible a nuestras conciencias y a las de nuestras contemporáneos, despertando en ellas admiración y gratitud e invitándolas a la reflexión. ¡Cuántas personas y de cuántas maneras han abierto y unido sus manos, en años de tarea incansable!
Manos unidas surge de la iniciativa de las “mujeres de Acción católica”, conmovidas por el grito del hambre y el sufrimiento provocados por una miseria en realidad inaceptable. Era la expresión de una caridad real, que llegó a ser operativa al recibir aliento de una experiencia consciente de fraternidad y de comunión eclesial.
El gran movimiento de “Acción católica” hizo posible que el sentir de aquellas mujeres se convirtiese en esta obra singular, que crecerá como una gran “asociación pública de fieles”. Vemos así el confluir de una caridad que sana y potencia la sensibilidad del corazón, con una experiencia eclesial de comunión y participación.
Esta es una gran enseñanza para todos nosotros, y una verdadera interpelación. No nos encontramos hoy con menores retos; no ha desaparecido la miseria y el hambre de grandes partes de la humanidad. No ha cambiado su naturaleza la caridad, que no conoce límites, sino que tiene las dimensiones del mundo y siente como propia toda necesidad. Y sigue siendo posible, más aún, sigue siendo factor decisivo la participación personal en una experiencia comunional viva. Entonces, ¿qué es de nuestra vida de fe y de caridad, de nuestro compartir el ser Iglesia?
Los cincuenta años de Manos Unidas nos interpelan, pues, en nuestro ser creyente, con el ejemplo de una fe viva, que opera movida por la caridad, que se enraíza en la unidad de la Iglesia y crece por caminos de participación y colaboración.
Por otra parte, los cincuenta años de Manos unidas nos hablan también muy directamente en nombre del Señor, que sigue identificándose hoy con quien tiene hambre, llora, sufre violencia, siente sed de justicia o es perseguido por su causa o por el nombre mismo de Jesús. Ayudándonos a oír la voz de los desposeídos, Manos unidas nos hace oír la voz del Señor, y la voz de nuestros hermanos; de modo que resuene en nuestro corazón la hondura y la grandeza auténtica de nuestra propia fe, de nuestro ser cristianos, de la caridad que nos salva.
Se trata de una verdadera función profética, cumplida en medio de la Iglesia, poniendo de manifiesto una dimensión de la experiencia cristiana que pertenece a todo fiel. Por eso, en Manos unidas pueden seguir confluyendo las energías de todos que sientan la llamada del Señor a una entrega libre y voluntaria en esta misión específica. Pero todos podemos considerar nuestra a esta Asociación y colaborar de alguna manera con ella.
Manos unidas cumple también una función evangelizadora en medio de nuestra sociedad; porque contribuye a hacer visible en ella esta caridad cristiana, cargada de inteligencia de la realidad y de energía espiritual –de gracia–, que es capaz de reconocer como prójimos a los más lejanos y de dejarse afectar por el destino de los más pobres. Los muchos años de esta Asociación contribuyen, pues, a la credibilidad del anuncio evangélico, al anuncio de nuestro Señor Jesucristo como Aquel que ama y salva la humanidad de toda persona, en un modo que comienza a ser experimentable ya en medio de nuestra historia.
Demos las gracias al Señor por el don de esta iniciativa, y a todos aquellos que gratuitamente participaron en ella durante tantos años. Y pidámosle al Señor la gracia de que la caridad de su Espíritu nunca deje de mover y vivificar el corazón de los fieles que participan en Manos unidas; pidámosle que pague con generosidad divina a todos los amigos y a todas las personas que han ayudado o ayudan en las tareas de esta Asociación. Y pidámosle, en fin, que haga de Manos unidas siempre un testimonio vivo de su caridad en medio de la Iglesia y del mundo.
Que la Virgen María, cuyo corazón hubo de abrirse dolorosamente a la inmensa caridad que movía el sacrificio de su Hijo en la Cruz, y comparte ya para siempre su Espíritu de misericordia para todos los hombres, interceda por todos nosotros en ocasión de este aniversario, y especialmente por los que han colaborado o colaboran hoy en las tareas de Manos unidas a favor de los más pobres.
Lugo, febrero de 2009
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo