Jornada mundial de la Vida Consagrada
El día de la Presentación del Señor en el Templo, el dos de febrero, celebraremos de nuevo, con toda la Iglesia, la “Jornada mundial de la Vida Consagrada”. Estará de nuevo ante nuestros ojos ese gran milagro que es la realidad de tantísimos hombres y mujeres que han hecho una radical consagración de sí al Señor, y la viven en medio de la Iglesia. En su sorprendente variedad de formas y realizaciones, todos hacen presente el corazón de nuestra vida cristiana, de nuestra fe y de nuestra esperanza: por la presencia y la llamada del Señor Jesús hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en Él.
La vida consagrada germina y florece como respuesta de nuestro pequeño corazón humano al amor inmenso de Dios, que se ha hecho hombre por nosotros, y se vive en la felicidad de saberse llamado y amado, y de poder entregarse plenamente al Señor.
Por su existencia misma, las personas consagradas nos dan así un primer gran testimonio del amor de Dios, como roca firme y fuente de alegría permanente en lo hondo de la vida. Pero todos vemos además los frutos de esta especial gracia divina y de la entrega creyente de toda la vida, alma y cuerpo, de los consagrados. Son frutos de amor y de servicio, de humanidad y de fraternidad verdaderas, en los que brilla siempre la gratuidad de una atención constante a las necesidades más reales del prójimo, en particular de los más pobres. Son frutos que embellecen singularmente nuestra comunión eclesial y razón de auténtico orgullo en el Señor.
Hemos de dar gracias a Dios siempre a través de nuestras oraciones y del testimonio del amor fraterno. Pero de modo especial queremos darle gracias a través de la oración por nuestros hermanos y hermanas consagrados, y a través de la cercanía y de un amor atento a sus necesidades y a su vida. Lo haremos este día de la Presentación celebrando con ellos la Sagrada Eucaristía en la S. I. Catedral Basílica a las 20h. Todos estáis invitados a participar. Si no os fuera posible acudir, podéis uniros a esta oración común desde las diversas Iglesias parroquiales de la Diócesis.
Que la Virgen María, como Madre nuestra, nos sostenga y nos presente a todos a Dios Padre, unidos al Hijo, que ella supo ofrecer al Señor en el Templo, y de modo nuevo y radical tras el descendimiento de la Cruz, mientras lo mantenía en su regazo. Que Ella vuelva sus grandes ojos misericordiosos sobre todos los miembros de la vida consagrada en nuestra Diócesis, y sobre todos nosotros.
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo