Compartimos la entrevista realizada por Fran Otero, y publicada en la Revista Ecclesia, al Obispo de Lugo y presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y la Cultura de la CEE, monseñor Alfonso Carrasco Rouco.
Uno de los grandes proyectos de la Iglesia en España para este nuevo curso tiene que ver, precisamente, con la educación. Después de promover un proceso participativo para elaborar el nuevo currículo de Religión, la Comisión Episcopal para la Educación y la Cultura promueve un congreso en varias etapas. Hablamos con su presidente.
—¿Por qué es necesario un congreso sobre la educación católica?
—El congreso me parece conveniente por varias razones. Por una parte, son muy amplias y abundantes las formas de presencia de la Iglesia en la educación; es muy importante que podamos encontrarnos y compartir nuestra riqueza de experiencias y nuestros desafíos; es decir, caminar unidos. El momento que vivimos, por otra parte, invita también a este encuentro y reflexión común. Los marcos educativos están cambiando, incluso a nivel internacional; y se modifica igualmente nuestro sistema educativo, con la aprobación de nuevas leyes. En ello se reflejan también las transformaciones que experimenta nuestra vida social, sin olvidar la influencia de las nuevas tecnologías. El congreso servirá para profundizar en la conciencia de nuestra propuesta educativa en este particular momento histórico, a potenciar nuestro trabajo en red, tanto a nivel diocesano como general, y el apoyo mutuo; también permitirá mostrar a la sociedad las riquezas y las posibilidades que ofrece nuestra experiencia ante los desafíos que afronta la educación.
—Se ha denominado congreso, pero es más un proceso.
—Lo hemos planteado como un proceso participativo. Ello es debido a las finalidades mismas de esta convocatoria, inseparables de la necesidad de escuchar a la comunidad educativa, de encontrarnos y de hacer posibles procesos de colaboración, de crecimiento en la unidad, de presencia y respuesta común ante los desafíos presentes.
—La CEE, a través de la comisión que preside, ha apostado en los últimos años por el diálogo y la sinodalidad. ¿Ha habido frutos?
—Ha habido frutos en la misma medida en que el proceso de diálogo y participación ha llegado a ser amplio y real. En la relación con las administraciones públicas y el mundo político, los esfuerzos de diálogo se encuentran muchas veces con posiciones y decisiones ya tomadas; a veces, incluso con una tendencia a dar poco espacio a la participación real de la sociedad, en nuestro caso, de la Iglesia. No obstante, el diálogo se ha mantenido y ha dado algunos frutos buenos, aunque no fuesen todos los que podríamos desear. Por otra parte, el proceso participativo en la Iglesia ha sido una experiencia positiva y buena. Ha dado espacio a la colaboración, ha hecho posibles muchas aportaciones, ha ayudado a percibir mejor dificultades y objeciones, y, de hecho, ha enriquecido el trabajo de la comisión. Puede mencionarse, en particular, como fruto, una mayor y mejor relación con la comisión por parte de profesores y de instituciones educativas, que es ciertamente solo un paso, pero nos parece muy importante y en la buena dirección. La idea misma del congreso quizá no hubiera surgido del mismo modo sin este proceso previo de diálogo.
—La educación católica es más que los colegios de ideario cristiano y la clase de Religión. ¿Cuáles son esas otras realidades?
—En sentido amplio, la educación católica es el proceso formativo de la persona hecho posible por la vida y la transmisión de la fe en la Iglesia. La fe, si no educa, se queda aparte de la existencia y tiende a desaparecer. En este sentido, educan las familias, las parroquias, asociaciones y movimientos, etc.; y, por supuesto, las escuelas e instituciones propiamente educativas de la Iglesia. Entendida en este sentido más específico, la educación católica se expresa en los colegios con titularidad e ideario cristiano y en la participación en las clases de Religión. Pero se lleva a cabo también a través de la presencia de muchos cristianos, cumpliendo diversas funciones en los diferentes centros del sistema educativo como los de Formación Profesional, Educación Especial o en iniciativas de educación no formal, de ocio y tiempo libre, y de voluntariado. Por supuesto, también en universidades, en las actividades residenciales universitarias y colegios mayores y a través de otros agentes culturales que, de diversas maneras, hacen posible la educación católica.
—Continúa la implantación de la LOMLOE. ¿Cómo afronta la Iglesia este curso educativo?
—La LOMLOE comporta para todos, en primer lugar, el desafío de su aplicación, que la Iglesia asume con responsabilidad. Para ello, se hace necesario cuidar una conciencia muy viva de la propia identidad cristiana, que permita afrontar las cuestiones antropológicas y religiosas implicadas en las metodologías de la nueva ley y en sus opciones de contenido. Es una tarea imprescindible, para bien de los alumnos y de toda la sociedad; para poder estar presentes responsablemente en el ámbito escolar. Por otra parte, como en el primer año de aplicación, esteremos atentos a las decisiones de las diferentes administraciones, particularmente autonómicas, e incluso de centros educativos particulares, para evitar que limiten o lesionen los derechos de los alumnos y la libertad de enseñanza. De hecho, se ha planteado ya algún caso a propósito de regulaciones relativas a la clase de Religión. De esta forma, ante posibles tendencias restrictivas de la legislación, se defiende la libertad de las familias, el espacio de la iniciativa social en la educación y la presencia en ella de la Iglesia.
—¿Cómo van a afectar los cambios en los gobiernos autonómicos?
—Son importantes, en la medida en que estos tienen una función decisiva en la aplicación de la ley, y los cambios pueden modificar su política educativa, en algunos casos marcada fuertemente por perspectivas ideológicas, a veces muy impositivas. Nuestro deseo es que se afirme la libertad de enseñanza, la igualdad de todos ante la ley, el respeto por la diversidad, una laicidad verdadera, que no sea excusa para la introducción en la educación de una ideología de parte. Es el mejor modo de respetar y servir a los ciudadanos.
—¿Cómo explicaría a alguien que defiende la retirada de los conciertos a la escuela católica que son necesarios?
— La razón fundamental es la libertad: la de las familias y la de enseñanza, pero también la libertad de conciencia y religiosa. Resulta curioso que haya que defender estas dimensiones elementales de la educación, de por sí compartidas por todos. En realidad, me parece más difícil de defender el principio casi dogmático de que el Estado —y, por tanto, grupos y poderes políticos— ha de ser el educador de niños y jóvenes. El apoyo institucional o económico del Estado debería ser el mismo para todos los ciudadanos y servir para defender la libertad de enseñanza, de modo que estén en las mismas condiciones quienes escogen una educación con ideario cristiano y quienes prefieren otra. Es tarea delicada encontrar fórmulas realistas y adecuadas en la política educativa, pero no parece que la solución sea discriminar a los que prefieren una educación católica.
—¿Cuáles son los principales retos de la educación católica?
—El principal me parece el indicado en el título de nuestro congreso: presencia y compromiso. Presencia significa sostener las propias iniciativas e instituciones, siendo conscientes de la propia identidad cristiana, procurando encontrar la forma de continuar la propia misión en circunstancias demográficas, sociales y culturales muy cambiantes, buscando, por tanto, colaboración, compartiendo recursos, acompañándose entre todos en la tarea, especialmente en las Iglesias particulares. En este sentido, el papel de las delegaciones diocesanas de Enseñanza resulta fundamental y valoramos el seguimiento que hacen de las respectivas realidades educativas. Tras el congreso, esperamos que se amplíe este acompañamiento a presencias educativas con las que hasta ahora tal vez no habían tenido tanto contacto a nivel local.
La presencia es así un desafío, un compromiso para el cumplimiento de la propia misión eclesial. Pero significa igualmente estar presentes con todas las consecuencias en el sistema educativo, respondiendo a las exigencias que se plantean desde las leyes que la sociedad se va dando. Este compromiso, como se ha dicho, conlleva también afrontar desde la propia identidad las grandes cuestiones metodológicas y de contenidos implicados en los actuales planteamientos legales y los desafíos que encuentran niños y jóvenes en la vida de la sociedad: los problemas de género, la relación con el planeta, la dignidad de la persona, el respeto a su vida, la dignidad y la justicia en las relaciones entre gentes, pueblos y naciones, el diálogo, intercultural e interreligioso, etc. El reto es siempre educar desde la fe cristiana a las personas más queridas, con consecuencias decisivas para ellas y para su futuro, pero también para el del mundo.
—¿El Pacto Educativo Global está teniendo eco en España?
—La propuesta del Pacto Educativo Global ha sido asumida, sobre todo, en ambientes de Iglesia, aunque ha resonado en toda nuestra sociedad. Hay que subrayar los esfuerzos que se están haciendo desde las escuelas católicas. La propuesta del Papa influye también, por supuesto, en la enseñanza y las labores de los obispos, de la CEE y de nuestra comisión. Su eco principal sería, sin duda, la percepción de la necesidad de un pacto global para bien del sistema educativo. Está presupuesto, de algún modo, en los planteamientos de nuestra Constitución, reflejo de un conjunto de valores fundamentales referidos a la educación y, en principio, compartidos por todos. La necesidad de insistir en este pacto educativo me parece indicar una cierta quiebra en este consenso elemental, a partir del cual habrían de debatirse y renovarse las diferentes leyes educativas.
Un pacto existe hasta cierto punto sobre principios educativos básicos: la centralidad del alumno, la libertad de enseñanza, los derechos primordiales de la familia, el derecho de todos a la educación, la libertad de conciencia, la promoción del uso de la razón y el respeto de los métodos de estudio en cada ámbito de la realidad. La aceptación real de estos principios haría posible la igualdad, el respeto y la inclusión de la diversidad, la capacidad de diálogo en una sociedad plural y democrática.
El Pacto Educativo Global sufre, en cambio, cuando actores protagonistas de la educación ponen en cuestión estos bienes, introducen la sospecha sobre ellos y quiebran este acuerdo compartido por todos; normalmente, para facilitar la imposición de una propia ideología o para utilizar la educación según intereses de parte. Que permanezca vivo y eficaz este pacto educativo es importante para el camino de toda la sociedad. Nosotros, como realidad eclesial, sentimos la responsabilidad de hacer manifiesta la urgencia de este pacto global.
—Los centros católicos tienen una dimensión pastoral. ¿Debe haber más relación con las parroquias?
—Los colegios católicos cumplen una gran misión educativa, ayudando a introducirse en una comprensión de la realidad y de la propia persona iluminada por la fe. Su aportación está vinculada al crecimiento en el uso de la razón y, así, al conocimiento de la verdad sobre el mundo y la vida, a la maduración de la libertad y la responsabilidad personal. Es una tarea imprescindible para la comprensión de la verdad de la fe por parte de los alumnos. Pero no son los únicos protagonistas de este proceso educativo, sino que se integran en el conjunto de la obra cumplida en las familias, decisivas para la introducción de sus hijos a la realidad, y en las parroquias, que hacen real a la Iglesia como presencia cercana de un pueblo, en el que ver realizada la fe. La parroquia tiene, además, una función educativa directa, tanto en la catequesis, como en la participación en el conjunto de su vida, en las celebraciones, litúrgicas de la comunidad, en las actividades de naturaleza cultural, sociocaritativas, etc. Podría decirse que las parroquias —la comunidad eclesial— y las familias hacen verosímil y creíble la fe en su capacidad de dar forma buena a la vida de la persona, como adultos responsables de sí mismos, de sus seres queridos y de su tarea en el mundo. La escuela hace una aportación específica en este proceso de crecimiento hacia la madurez en la fe. Pero no podría comprenderse nunca un colegio católico sin la relación con la familia y la concreta comunidad eclesial, con la parroquia.
—¿Cuáles son las prioridades de su comisión para los próximos años?
—Es difícil prever con detalle las prioridades en los próximos años por los cambios de la realidad social, de nuestra realidad educativa, eclesial y de la misma comisión episcopal. En todo caso, la educación será siempre una prioridad. Como cristianos, habremos de defender la existencia de la clase de Religión en todo centro de enseñanza; es decir, una educación de la persona abierta a la trascendencia, que tenga en cuenta concretamente el conocimiento y la comprensión de esta dimensión moral y religiosa. Este ámbito educativo resulta imprescindible para salvaguardar la centralidad y la libertad del alumno y es decisivo en la comprensión y la plasmación del sistema educativo. En este horizonte se enmarcaría nuestra tarea relativa al profesorado, a su estatuto y formación, así como a la asignatura y su presencia en el currículo en condiciones semejantes a las demás.
Los colegios católicos constituyen otra gran prioridad. Crecer en comunión y participación es hoy tarea prioritaria. Ello tiene su lugar primero en la Iglesia diocesana, por supuesto, en la que es necesario siempre cuidar y promover la relación cercana con los diversos colegios allí presentes; aunque los sujetos titulares pueden ser diocesanos o supradiocesanos. Será tarea de la comisión servir a la coordinación y la colaboración, pero también en la relación con el Estado.
Habremos de profundizar en la importancia decisiva de la educación como tal, de nuestra aportación a la sociedad en este campo decisivo. En este horizonte, habrán de afrontarse sin duda retos importantes en una sociedad que está modificando sus marcos antropológicos y culturales, y, por tanto, educativos. No puede faltar la presencia y el compromiso, la experiencia y la palabra de la Iglesia. Es parte irrenunciable de la responsabilidad eclesial con respecto a los propios hijos; pero también dimensión intrínseca de la realización de nuestra misión en la sociedad, haciendo creíble el Evangelio y abriendo caminos de libertad y diálogo en la actual situación de creciente pluralidad cultural y religiosa. El congreso puede ser una buena ocasión para poner en el centro de nuevo la labor educativa, como expresión privilegiada de la caridad y de la responsabilidad, de una esperanza que lleva a comprometerse en el presente con el camino en la vida de niños y jóvenes, con su labor futura en bien de la sociedad.
La educación es la labor más humana y necesitamos vivirla y reivindicarla como tal. Importa no ceder a la tentación de abandonar el propio protagonismo —olvidar la propia misión y vocación— y ver en ella procesos administrativos, las reglas de funcionamiento o sus aspectos burocráticos. Es necesario asumir la propia responsabilidad, como familias, en las escuelas, en los diferentes servicios del sistema educativo y en la vida política; particularmente, como fieles cristianos y en las instituciones eclesiales. A ello quiere servir este congreso.
Revista Ecclesia