El Balneario de Laias (Ourense) acoge el encuentro Interdiocesano de Pastoral de la salud que tiene lugar el sábado, 26 de octubre. El tema elegido para esta ocasión es “Esperanza y enfermedad; la visión cristiana del dolor”.
Este título nos animó a poner rostro, letra y voz a la realidad de la enfermedad, del sufrimiento o del dolor, propio o ajeno, pero sobre todo de la esperanza que subyace, a pesar de todo, cuando las dificultades se viven desde la perspectiva cristiana.
Manuel López López, es sacerdote de nuestra Diócesis. Nacido en 1938 y ordenado sacerdote en 1963; a lo largo de sus más de 60 años de ministerio sacerdotal ha ejercido en distintas zonas de la Diócesis: cuatro años en la zona de Fonsagrada, trece años en la zona de Sarria, veinte años desempeñando diversas funciones en el Seminario, lugar donde vive actualmente, en la Residencia Sacerdotal. Lejos de estar apartado de la actividad sigue siendo administrador de las parroquias de san Xoán do Campo y santa Marta de Fixós.
En el año de 1996 le fue diagnosticado un cáncer de colon. Desde entonces ha tenido que someterse a diversas intervenciones quirúrgicas, tanto en Lugo como en Navarra.
Comparte con nosotros su testimonio acerca de diversos temas que, actualmente, da la impresión de que tratan de esconderse: la enfermedad y el sufrimiento. “Enfermedad y esperanza no son realidades enfrentadas, ni mucho menos incompatibles”- nos dice, -‘dependen del carácter de cada uno, hay que plantarles cara’.
Cuando recibió el diagnostico de su enfermedad, él lo tomó como ‘algo normal’. Recuerda que, en aquella época, en las aldeas donde servía, la gente aún no hablaba del cáncer, y él, desde el primer momento, lo comentaba abiertamente, con plena normalidad. Había personas que, si lo padecían, lo ocultaban: ‘Algunos pensaban que uno mismo tenía la culpa por tener cáncer, era visto casi como un pecado’, lamenta.
‘No tengo miedo a morir’, nos dice, pero hay dos cosas que le inquietan, ‘sufrir mucho y hacer sufrir a los demás’.
Hoy en día, las personas ya no tienden a ocultar las cosas, sino que hay una tendencia a maximizarlas: ‘agrandamos el sufrimiento, en vez de empequeñecerlo’.
Para Manuel es importante la fe, ya que ésta nos da los medios para avanzar ante estas situaciones: ‘la fe, es como el sol en medio de la oscuridad, aunque lo veamos en ocasiones pequeño y lejano, sabemos que está y que llegará’.
San Pablo, en la carta a los Colosenses, ve sus sufrimientos como algo útil, ya que, dice el apóstol, ‘completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo’ (cfr. Col 1, 24), en esta misma línea, él, vive su día a día, aunque lamenta que actualmente las personas hayan olvidado esta forma de vivir o de ver las adversidades y la enfermedad: ‘cuando estás mal, lo ofreces, hay un ofrecimiento cuando tienes fe’
Recuerda que en su primera operación estuvo diez días ‘entre la vida y la muerte’, en esa situación, dice, ‘te encuentras con que tu cuerpo no está para rezar, lo único que, en esos casos, desde mi experiencia, es por lo menos, una jaculatoria u ofrecerlo al Señor’. Él ha vivido lo que decía Jesucristo a sus discípulos en el huerto de los Olivos, que ‘el espíritu está pronto, pero la carne es débil’ (cfr. Mc 14, 38).
Como sacerdote, es decir, como ministro de los Sacramentos, ha encontrado en ellos un gran consuelo en medio de su enfermedad, sobre todo en el sacramento de la Unción de los Enfermos. ‘En tres operaciones que tuve, yo siempre pedí la Santa Unción. Eso te da una tranquilidad y una fuerza que no se explican’. Incluso recuerda que el cuerpo reacciona de una manera diferente, ya que la gracia de Dios otorga cierta vitalidad al cuerpo en este Sacramento: ‘la finalidad de la Unción no es para morirse, si vemos las oraciones y las lecturas que tiene el Ritual, nos damos cuenta de que son para pedir la curación’, recuerda una anécdota del tiempo que estuvo en Fonsagrada: ‘Había una señora que estaba muy mal, me llamaron para darle la Unción, yo fui, expliqué el sentido de la Unción, rezamos con la familia, al tiempo la señora se puso muy bien, se recuperó. En los cuatro años que estuve en la parroquia, le puse tres veces la Unción, ya que en cuanto enfermaba pedía que llamaran al cura’.
José Lebón es sacerdote diocesano, fue delegado de Pastoral de la salud y consiliario de la Hospitalidad de Lourdes durante 26 años: “Yo digo siempre que la salud hay que vivirla sanamente, pero la enfermedad también hay que vivirla así. Es cierto que cuesta, no agrada– en su experiencia con enfermos siempre observó que aquellos que le daban sentido y la afrontaban, la vivían de otra manera- pero aceptándola y pidiendo sobre todo al Señor fuerza para sobrellevarla todo es distinto. Hemos de pedir al Señor la curación o la sanación, para poder volver a las ocupaciones, pero también pedir, sobre todo, la gracia y la fuerza para saber llevar ese dolor y enfermedad. Siempre necesitamos la fuerza de Dios, pero de forma especial en el sufrimiento”.
No todo el mundo tiene esa visión. Los cristianos le damos sentido a ese sufrimiento: “Nos lo decía Juan Pablo II, según su carta apostólica Salvifici Doloris que el dolor, el sufrimiento y la muerte no es que la entendamos o la comprendamos, pero solamente tiene una explicación y tiene, diríamos nosotros, solo una posible aceptación si la unimos al dolor, a la pasión, al sufrimiento del Señor– continúa- Nuestro dolor tiene un valor, pero es un valor limitado, finito. Ahora bien, unido al dolor de Cristo, al refugio de Cristo, adquiere un valor redentor”
Somos seres limitados, en el dolor o en el sufrimiento, entran también la desesperación o la incomprensión ante la situación. ¿Es normal enfadarse cuando uno está sufriendo?:“Bueno, no es normal, pero está ciertamente justificado. Cuando alguien ante el sufrimiento se enfada con Dios, y así lo manifiesta, e incluso dice que no quiere saber nada de Dios, en esos momentos lo justifico. Somos limitados y necesitados”. Pero también recuerda que es necesario no vivir de espaldas a la realidad, y el dolor es parte de la vida: “todos en la vida tenemos muchos momentos de gozo, de alegría, de felicidad, etcétera, ojalá sean muchos para todos, pero también tenemos, en algún momento de dolor y sufrimiento, esto está adherido, de alguna forma, a la limitación que tiene el ser humano”.
Alguien decía que era necesario rezar cuando uno está sano, que cuando está enfermo le va a costar más… “Efectivamente– dice- no deberíamos de esperar a estar enfermos para rezar. Yo siempre les decía a los enfermos, y se lo sigo diciendo, que su mejor oración es el dolor, el sufrimiento que tienen si lo ofrecen al Señor”.
Lo cierto es que el sufrimiento nos hace madurar a todos. Cambia muchas veces las perspectivas sobre la vida o las necesidades que teníamos como prioritarias pasan a un segundo plano: “Estamos de paso. Por eso es importante aprovechar de alguna manera esos momentos se sufrimiento que van a venir. Yo les digo, Vd. que sufre tanto no pierda el valor de su sufrimiento. Aprovéchelo para santificarse. No se lo digo exactamente así con estas palabras, claro, lo manifiesto de una manera distinta, pero sí que quiero llevar a su ánimo que pueden aprovecharlo para ayudar a otra gente. Por ejemplo, santa Teresita es patrona de las misiones sin haber ido nunca a la misión y estando prácticamente toda su vida ilimitada, enferma y, sin embargo, la declararon patrona de las misiones al lado de San Francisco Javier que fue un gran misionero y que fue a predicar por el mundo. Así que el ofrecimiento de ese sufrimiento para ayudar a otros tiene un valor, y así adquiere un sentido. Cuando nos íbamos de peregrinación a Lourdes– continúa- yo visitaba a enfermos que no podían venir con nosotros y les pedía que se ofreciesen por los que íbamos, que nos ayudasen, y estoy seguro de que nos favorecían ellos más desde aquí, que nosotros a ellos allí”.
Lolita Lugilde es una seglar de la diócesis que ha estado siempre vinculada a labores de apostolado en grupos de oración, colaborando en las parroquias o en Manos Unidas.
¿Cómo se vive el dolor? “De muchas maneras. Una persona que es creyente lo vive con paz, con paciencia, y los que no tienen fe pues lo suelen vivir más rebotados. En los hospitales ves muy bien cuál es el enfermo que tiene fe y cuál es el que no la tiene. A mí me ha tocado vivir tanto lo positivo como lo negativo, y he visto testimonios preciosos de una aceptación plena y he visto también lo contrario”.
Es una persona de fe, de oración. Y, como a todos, la vida también la ha puesto a prueba: “en año y medio he pasado por tres etapas dolorosas. Estuve internada en el hospital por una dolencia cardiaca. Justo antes de operarme me enteré de la gravedad- era una intervención a vida o muerte- me pregunté a mí misma: ¿qué tengo que hacer? Pues, lo primero que tenía que hacer era prepararme, por si me quedaba en el quirófano. Y llamé al capellán, me dio la unción de enfermos, me dio la comunión, y me fui muy tranquila. Me fui muy tranquila porque, al fin y al cabo, a ver…me tengo que morir algún día. Pero en ese momento el Señor me dio la dicha de poder ir preparada porque el Señor me dio ocasión de hacerlo. Bueno, pues como ves, aún estoy aquí, no me pasó nada.
Pero después, al mes y medio, se murió mi marido. Fue muy doloroso porque él nunca había estado enfermo. Y en ocho días, todo de repente, se murió. Y yo, no sé, sentí un vacío muy grande. Bueno, fueron unos momentos muy difíciles. Al principio, incluso dije, Señor, ¿qué hago yo aquí? Lo decía con rebeldía, me repetía que yo ya no pintaba nada aquí. Pero poco a poco fui dándome cuenta y acabé por darla las gracias a Dios. Mi marido y yo habíamos estado casados 62 años. Puedo decir, y no quiero que pienses que lo digo con vanidad, que hemos formado una familia preciosa… 62 años de casados, y seis de noviazgo, o sea que estuvimos juntos toda una vida. Entonces, Señor, ¿qué más te puedo pedir? Entonces, empecé a vivir una etapa con paz, muy acompañada siempre de mis hijos, pero bueno, yo en casa vivo sola, aunque nunca me he sentido sola, sentí siempre la compañía del Señor, siempre. Y esto es lo que me ayudó a seguir y a tirar para adelante.
Y luego, mi último episodio, de esta última etapa, es que me caí por la escalera de mi casa y me rompí el hombro, el codo y la muñeca. Ahí sí que fueron unos meses muy dolorosos físicamente, pero a la vez también fue una cura de humildad porque yo dependía de todo el mundo. No podía hacer nada sola y me daba apuro, vergüenza que me ayudaran. Y todo eso lo viví también, digamos que como una prueba más que tenía que pasar. Aún estoy recuperándome. Pero bueno, esta es mi vida, y lo cierto es que tengo mucha paz interior. Tengo a mis hijos, mi familia, amigos y siento que el Señor me ama, a pesar de que no lo merezca. Por lo tanto, vivo feliz. En un principio pensé que ya no servía para nada, pero me di cuenta de que sí, que mientras esté aquí, soy útil para algo. Mira, por ejemplo, ahora venir junto de ti ya fui útil. Fui útil desde el servicio que tú me pedías, por eso no me puedo cerrar a todo lo que el Señor me ha dado, que fue mucho, muchísimo. Y, la verdad, es que no tengo más que decir. Gracias, Señor”.
Del testimonio de Lolita no he querido cortar ni añadir nada. Cuando alguien quiere compartir su experiencia, las etapas más duras, que las hay o las habrá, merece ser escuchado con agradecimiento.
Y sí, estamos en este mundo por y para algo. La vida tiene un sentido y no lo pierde ni en el dolor ni en la enfermedad.
“El sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior, sino interior. Cristo, mediante su propio sufrimiento salvífico, se encuentra muy dentro de todo sufrimiento humano, y puede actuar desde el interior del mismo con el poder de su Espíritu de Verdad, de su Espíritu Consolador”. (San Juan Pablo II)
María José Campo