En Jesús el Padre nos ofrece todos los tesoros de la reconciliación y de la sabiduría; inaugura el tiempo de la gracia y la verdad: si ha entregado a su Hijo por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? Al acoger el don de su misericordia y de su amistad, nuestra existencia se encuentra sostenida por una esperanza inquebrantable, no estamos dejados a nuestras solas fuerzas, no desfallecemos, porque el Señor está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, y nos hace miembros de su Cuerpo, de esa gran compañía de sus hermanos que es la Iglesia.