Celebración de la Pasión del Señor – 18 de abril, 18:00 h.
S. I. Catedral Basílica de Santa María de Lugo
Dentro de la celebración del Triduo Pascual, el Viernes Santo, la Iglesia contempla el Misterio de la Pasión y Muerte del Señor; es un día de penitencia obligatorio para toda la Iglesia por medio de la abstinencia y el ayuno.
La liturgia del Viernes Santo se compone de tres momentos: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Comunión. En este día y a través de esta liturgia, se invita a los fieles a fijar su mirada en Jesús, el Crucificado. Cristo murió en la Cruz para llevar a cabo la misión de salvación que el Padre le había confiado.
El Papa San Juan Pablo II, en la carta apostólicaSalvifici Doloris habla sobre la Cruz de Cristo y su estrecha relación con la Pascua:
“La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual. Los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de su resurrección.” (San Juan Pablo II, Salvifici Doloris, 21)
Para comprender el significado del sacrificio de Cristo, podemos acudir al Catecismo de la Iglesia Católica:
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "Cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Mons. Alfonso Carrasco, Obispo de Lugo, publicó en 2009 un pequeño libro titulado La pasión de Nuestro Señor Jesucristo como revelación del Amor de Dios, que nos ayuda a meditar y contemplar este Misterio
“En la pasión de nuestro Señor Jesucristo se revela la seriedad plena tanto del amor de Dios como del amor humano. El amor de Dios muestra su verdad y seriedad total, insuperable, precisamente en que el Hijo se hace hombre y une su destino al nuestro, aún significando éste sufrimiento y muerte, y viviéndolo en toda su verdad y dureza hasta el final. Por otra parte, Jesucristo desvela también lo absoluto del amor humano. Porque ama a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón y con todas las fuerzas, cuando dice hágase tu voluntad y no la mía en el desinterés propio más absoluto.” (Mons. Alfonso Carrasco Rouco, La Pasión de nuestro Señor Jesucristo como revelación del Amor de Dios, p. 8)
“La cruz aparece así como la manifestación máxima del amor de Dios: amor de Dios Padre, que permite al Hijo ir hasta la obediencia absoluta de la pobreza y de la disponibilidad, que significará llevar el pecado de muchos, soportar sus culpas, acoger la cólera divina; y amor del Hijo, que por amor se identifica con los pecadores y cumple así en libertad la voluntad del Padre de salvar a los hombres. Amor y Unidad del Padre y del Hijo, manifestada humanamente en Jesús, que así revela también al Espíritu Santo.” (o.c., pp. 23-24)
Abraham Avila