Obispo

CARTA PASTORAL CORPUS CHRISTI 2011


Queridos hermanos,
En la gran solemnidad del Corpus Christi, el próximo domingo, 26 de junio, la Iglesia nos invita a celebrar de nuevo el “Día de la Caridad”, este año bajo el lema, las cosas importantes se hacen con el corazón. 
Con ello no se quiere reducir de nuevo la caridad a un simple sentimiento, a una dimensión complementaria, cuando no marginal, de la propia vida. Sabemos bien que “sin verdad, la caridad cae en un mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente.” (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 3).
En realidad, el corazón es la sede de lo más personal, donde se aúnan las exigencias profundas de verdad, de justicia y de bien, donde reside nuestra libertad. Hablar del corazón es interpelar a la persona como tal, para que sea protagonista de la propia existencia y no se reduzca a un juego de intereses, al puro pragmatismo de las conveniencias.
La urgencia de la interpelación es ilustrada por la crisis que vivimos, surgida sin duda, en lo más hondo, de la entronización personal y social del hedonismo y la avaricia, de una inteligencia en que se ha sacrificado lo propiamente humano, negando la verdad y la conciencia, y, con ello, la posibilidad de relaciones auténticas, la amistad y  hasta la familia.
Pues, en efecto, el corazón es lo que hace posible la unidad entre las personas, que los meros intereses y el contacto superficial no pueden generar. Sufrimos, de hecho, en este tiempo, no sólo de carencias económicas y de trabajo, sino también de individualismos profundos, de rupturas familiares y muchas veces de una gran soledad. Todo va unido, pues todo está vinculado y depende de lo que sucede en lo hondo de nuestra conciencia y libertad. El olvido de la verdad de lo humano, la ausencia de la responsabilidad personal, no contribuye a solucionar problema o crisis alguna, sino a generarlas.
La fiesta del Corpus Christi es el “Día de la Caridad”, porque es el día en que celebramos el corazón mismo de la Iglesia, el santísimo sacramento de la Eucaristía, la Presencia real de Jesucristo, Dios y hombre, que se nos comunica con todo su ser. En el don permanente de su Cuerpo y de su Sangre se manifiesta el Corazón de Jesús, ofreciendo la unidad, la comunión plena con Él a cada uno de nosotros.
Este es el camino que ilumina el propio corazón y lo sanea, lo alimenta y lo conforta. Así podremos decir “yo” con plenitud nueva, despertar a las propias exigencias de verdad, de justicia y de bien, libres del miedo y llenos de esperanza. Gracias a la Presencia del Señor también nosotros estamos más presentes en el mundo y atentos a nuestro propio corazón.
Desde hace muchos siglos, confesamos este mysterium fidei con firmeza y alegría, aquí y ahora, confiados en que la cercanía de Jesús sacramentado nos asegura un futuro y un destino buenos.
Pues, si la caridad de Cristo habita en nuestros corazones, podremos construir de nuevo relaciones verdaderas, dar forma al amor matrimonial y aceptar los desafíos de la fecundidad y de la vida en nuestras familias; tendremos la energía para el trabajo y el sacrificio, la libertad para obrar y para compartir, para superar el egoísmo. Y “mediante obras de justicia, paz y desarrollo” daremos testimonio del Evangelio (Benedicto XVI, CiV 15).
La manifestación paradigmática del amor del Señor será nuestra mirada sobre los pobres, los que no encuentran apoyo en la sociedad. Estos pueden ser las personas encerradas en la soledad, las madres a las que nadie ayuda a traer a sus hijos al mundo, o los que sufren la enfermedad. Puede ser el compañero necesitado de una ayuda generosa, de un apoyo en el trabajo. Y serán, sin duda, tantos necesitados que están a nuestro alrededor, a menudo procedentes de otros países y más indefensos. Porque, en palabras del Beato Juan Pablo II, “no se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse lejos de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están en prisión o se encuentran enfermos” (Congreso eucarístico de Sevilla, 1993).
Participando en la gran solemnidad del Corpus Christi afirmamos todas las razones de nuestra esperanza, el infinito amor del Señor, que revela la dignidad de nuestra persona, de nuestro propio corazón, como presencia imprescindible en la construcción de toda la vida y de nuestra sociedad.
Y le pedimos sus bendiciones abundantes sobre nuestros seres queridos y nuestras familias, y en primer lugar para los que más lo necesitan. Le pedimos que proteja nuestras comunidades parroquiales, especialmente aquellas que este año celebran en Lugo el 50º aniversario de su erección; que haga de todas ellas siempre un signo vivo y eficaz de su amor, atento a todas las necesidades en medio de nuestra ciudad.
Y que Su Presencia, que adoramos cada día en nuestra Catedral Basílica, ilumine siempre nuestras conciencias, nos dé la paz y la alegría que nadie puede quitar, y nos haga a todos capaces de una caridad infatigable.

Nacimiento
12 de octubre de 1956
Villalba (Lugo)

Ordenación sacerdotal
1985

Ordenación episcopal
9 de febrero de 2008

Nombramientos
Obispo de Lugo

Presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura

Miembro de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española

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