Queridos hermanos,
Este próximo domingo, 2 de junio de 2013, celebraremos la gran solemnidad del Corpus Christi. El marco del Año de la fe, proclamado por Benedicto XVI, nos invita este día a volver la mirada más verdaderamente al Santísimo Sacramento, para reconocer de nuevo que la presencia eucarística del Señor encierra el fundamento de nuestra esperanza y ha de ser cada vez más el criterio de nuestra forma y estilo de vida.
Ahora bien, la forma que se sigue de la comunión con Jesús sacramentado es el agradecimiento y la caridad. Por ello, la procesión de Corpus por las calles de nuestras ciudades es, ante todo, una manifestación de fe en nuestro Señor y a la vez una proclamación de la caridad, como principio de nuestra manera de vivir. El día de Corpus es el “Día de la Caridad”, públicamente profesada por los creyentes.
Las circunstancias de nuestro tiempo, las dificultades por las que pasan muchos entre nosotros, nos piden con urgencia particular que esta profesión de fe renueve también nuestra vida en todos sus aspectos según la caridad verdadera.
No es posible vivir según esta ley evangélica del amor en un aspecto de la existencia y no en otro, en lo privado y no en lo público, en la intimidad familiar y no en el trabajo. De hecho, siempre vivimos poniendo en juego nuestra conciencia y libertad, y es nuestra propia conciencia quien sufre en primer lugar, cuando rechazamos vivir según la fe en una dimensión u otra de la existencia, y es también en nuestra conciencia donde experimentamos la liberación al aceptar vivir según la verdadera caridad.
Este año nos interpela, en particular, el número muy elevado de hermanos desempleados, parados, que viven a veces situaciones dramáticas, sin posibilidad de proveer a necesidades tan básicas como el alimento o la vivienda.
El esfuerzo primero de nuestra caridad será no pasar de largo ante el prójimo y ayudarlo en sus necesidades más inmediatas. Ello sucede de muchas maneras, individuales y calladas a veces, más organizadas en nuestras comunidades parroquiales y en sus “Caritas” otras veces. Esta es una forma de solidaridad, de fraternidad, elemental e imprescindible. Por ello, todos estamos llamados a hacer un esfuerzo particular en la colecta de Caritas, como una forma primera de compartir realmente en el amor.
Pero a la caridad le corresponde también preocuparse por la justicia y la solidaridad en la vida común, en lo público y, concretamente, en el ámbito del trabajo.
Sin ello, no sería plenamente real el compromiso con el prójimo, cuya situación de pobreza proviene muchas veces de la falta de trabajo, o del abuso que sucede en ocasiones ante la necesidad urgente que viven muchos, cuando se les niega, por ejemplo, un justo salario.
La caridad exige la justicia en el ámbito de la vida pública, en el ordenamiento democrático y en el económico. Y, en concreto, exige que la sociedad se organice en vistas de hacer posible el derecho al trabajo, consecuencia de la obligación primera de ganar el pan “con el sudor de la frente”, y un trabajo “que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer” (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 63).
Pero la caridad nos pide también a cada uno que sepamos compartir, de diferentes maneras, en el ámbito del trabajo. Sabemos “que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados” (Hch 20,35); pero no olvidemos, sobre todo en las actuales circunstancias, que “también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos” (Juan Pablo II, Centesimus annus, 43).
Que la celebración del “Día de la Caridad” nos lleve este año a repensar a su luz nuestra vida especialmente en el ámbito laboral, y a saber estar cerca y compartir con aquellos que sufren el paro.
Que vivamos las fiestas del Corpus como memoria de lo esencial de nuestra fe, del Don del Señor por nosotros, para que comprendamos mejor cómo todo lo que tenemos es un don que recibimos. Miremos así en este día de fiesta a nuestras familias y a nuestros seres queridos, a la vida y a los talentos que Dios nos da. De modo que, movidos por Su amor generoso, manifiesto en el esplendor callado del sacramento de la Eucaristía, sepamos también nosotros dar con alegría, haciendo fructificar en la caridad lo que somos y tenemos.
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo