Queridos hermanos,
Este primer domingo del mes de junio la Iglesia nos convoca a celebrar la gran solemnidad del Corpus Christi, a contemplar y anunciar en las iglesias, y también en las calles y las plazas, la Caridad de Jesús nuestro Señor, que Él introdujo en la historia para siempre. En la Caridad, que es la sustancia de su alma y de su corazón, quiso quedarse con nosotros, abrazar y salvar a cada uno de sus hermanos.
En este día de fiesta recobra vigor nuestra esperanza y brota el agradecimiento a este Amor divino en quien nuestra vida se confía sin temor. Celebramos con alegría que Jesús entrega realmente su Cuerpo y su Sangre por nosotros y por todos, y su Espíritu nos lleva a amar a los hermanos como Él lo hizo.
Por eso resuena hoy con especial claridad la pregunta que nos plantea frecuentemente el Papa Francisco y que es el lema de esta Jornada de la Caridad: ¿qué haces con tu hermano? Porque, en efecto, la indiferencia, a la que nos dejamos ir con facilidad, es exactamente lo contrario de la caridad. De hecho, en nuestro mundo, cada vez más ajeno a la ley del amor al prójimo e incluso a la propia responsabilidad por la justicia, corremos el riesgo de una “globalización de la indiferencia”, para la cual lo único razonable es prestar atención sólo a lo propio, y la única ley la fuerza y la propia comodidad.
Este día del Corpus nos llama, en primer lugar, a vencer en el fondo de nuestra alma la “indiferencia religiosa”, que es como la raíz amarga del desamor a Dios, a la vida y a los hermanos, y a experimentar en cambio la fraternidad que nace del seguimiento de Cristo, de la comunión que nos ofrece a pesar de ser nosotros pecadores.
Al servicio de este común camino de caridad, los obispos de España aprobamos el pasado día 24 de abril la instrucción pastoral “Iglesia, servidora de los pobres”. El lugar preferente dado en ella a los más pobres debe ser visto como signo del realismo de la caridad verdadera. Al mismo tiempo se nos invita a todos a procurar que la acción caritativa no sea sólo preventiva, curativa y propositiva (nº 42), sino también profética, combatiendo las causas estructurales de la pobreza.
En este sentido nos hablaba ya con claridad nuestro Papa Francisco: “La simple acogida no basta. No basta dar un sandwich, si no se acompaña de la oportunidad de aprender a caminar sobre sus propios pies. La caridad que deja a los pobres tal y como están no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo”.
La celebración del Corpus, y, por tanto, la acogida de la Caridad como ley y esperanza de la vida, nos recuerda ciertamente la necesidad del cuidado cercano e inmediato de quien lo necesita. Pero nos pide también saber rechazar una economía que niegue la ética y el bien común, que absolutice la lógica mercantil y se deshumanice; nos pide ser capaces de superar la idolatría del dinero, que conduce de muchos modos a la corrupción, y de poner en el centro de la vida social la primacía de la persona humana, sus bienes y derechos fundamentales.
Los más débiles mantendrán vivas las exigencias de la justicia y la urgencia de la caridad, preguntándonos con su presencia ¿qué haces con tu hermano? ¿con el parado, el extranjero y el sin papeles, el enfermo o el anciano, pero también con el niño indefenso, que aún ha de nacer?
No podemos hacer oídos sordos a las urgencias de los demás, como si nosotros fuésemos ricos y no necesitásemos de nadie. Delante de Dios todos somos pobres. De Él nos viene la vida, que nadie se da a sí mismo y que todos tendremos que presentar ante Él, con las obras realizadas. En su Amor tenemos puesta nuestra confianza, para alegrarnos con sus dones, con el sol de cada día y las personas que nos acompañan, y sobre todo con su misericordia generosa, que consuela nuestro corazón. Recordemos que, por eso, el Señor dispersa a los soberbios de corazón, pero enaltece a los humildes (Lc 1,51-52).
Manifestemos nuestra humildad poniéndonos al seguimiento de Jesús, presente en el Sacramento, para que renueve nuestros corazones, convirtiéndolos una vez más a la Caridad. Pidámosle que nos guarde siempre agradecidos a su Amor, y que nos dé la gracia de saber apreciar y amar a nuestros familiares y amigos, de crecer en inteligencia de lo que es debido y en sensibilidad ante las necesidades del hermano, de colaborar en la construcción de una sociedad en paz, en la que se vive y se ama la justicia.
El amor del Señor, como en la procesión de este día, nos precede siempre. Que esta sea nuestra esperanza y nuestra fuerza; para que podamos experimentar la alegría propia de quien ama no de palabra y de boca, sino de verdad y con obras (cf. 1Jn 3,18).
¡Feliz fiesta de Corpus Christi!
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo