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El domingo, invitación del Señor a su Pueblo

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En las líneas de acción pastoral para el curso 2022-23, Mons. Alfonso Carrasco glosa la carta apostólica del Papa Francisco “Desiderio Desideravi” (DD).

También nosotros, los fieles pertenecientes a nuestra Diócesis de Lugo, y los pastores en particular, hemos de plantearnos “la cuestión fundamental: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica?” (DD 27). Resulta esencial que esta sacramentalidad de lo cristiano, ajena a todo individualismo y subjetivismo, así como a todo espiritualismo abstracto (DD 28), tome forma en lo concreto del espacio y del tiempo, en las circunstancias de nuestras comunidades. Las divergencias en torno a la celebración pueden no ser banales, pueden implicar opciones eclesiológicas (DD 31), afectar nuestro caminar juntos como Iglesia.
Para los ministros ordenados será siempre “una acción pastoral de primera importancia” “llevar de la mano a los fieles bautizados a la repetida experiencia de la Pascua” (DD 36), haciendo posible “la normalidad de nuestras asambleas que se reúnen para celebrar la Eucaristía el día del Señor, domingo tras domingo, Pascua tras Pascua, en momentos concretos de la vida de las personas y de las comunidades, en diferentes edades de la vida” (DD 36).
Por eso, todos nuestros fieles, en cualquier lugar de la Diócesis, deben no sólo tener la posibilidad, sino ser expresamente invitados a esta celebración “normal” de la Eucaristía el día del Señor, así como en otros momentos de la vida. Es nuestra responsabilidad pastoral ofrecer esta posibilidad al pueblo que tenemos encomendado, al menos en templos y centros de referencia situados en la cercanía de los lugares de vida de las personas.
El presbítero hace resonar esta invitación, esta llamada de Cristo a cada uno, según un propio modo sacramental, al que es importante no renunciar. “El ministro ordenado es en sí mismo uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única, diferente de cualquier otra (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 7). Este hecho da profundidad “sacramental” –en sentido amplio– a todos los gestos y palabras de quien preside. La asamblea tiene derecho a poder sentir en esos gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, hoy como en la última cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros” (DD 57).
En este sentido, podemos pensar de nuevo en la necesaria “reordenación pastoral” en nuestra Diócesis: procuremos que la celebración de la Pascua del Señor, la participación en el memorial de su muerte y resurrección –la apertura de corazón, la conversión a su Amor, a su Espíritu– no desaparezca del centro de la vida de nuestros fieles. No actuemos como si pudiese existir una fe o una comunidad cristiana que no fuese respuesta, acogida y participación en el don de Jesús, concretamente realizado y presente en la Eucaristía.
La participación de los fieles en la vida de la Iglesia, su “implicación existencial tiene lugar –en continuidad y coherencia con el método de la Encarnación– por vía sacramental” (DD 42). Es importante, por tanto, preguntarnos cómo ayudar a todos a vivir bien la celebración, aunque sepamos de la eficacia que por sí mismos (ex opere operato) tienen los sacramentos (DD 45).
En primer lugar, participar en la celebración “tiene que ver con la realidad de nuestro ser dóciles a la acción del Espíritu, que actúa en ella, hasta que Cristo se forme en nosotros (cfr. Gál 4,19). La plenitud de nuestra formación es la conformación con Cristo. Repito: no se trata de un proceso mental y abstracto, sino de llegar a ser Él. Esta es la finalidad para la cual se ha dado el Espíritu, cuya acción es siempre y únicamente confeccionar el Cuerpo de Cristo” (DD 41), hacernos vivir como miembros suyos.
Para facilitarlo, necesitamos todos, pastores y fieles, “una dedicación diligente a la celebración” (DD 50). El camino implicará una cierta “disciplina, la renuncia a un sentimentalismo blando, un trabajo serio, realizado en obediencia a la Iglesia, en relación con nuestro ser y nuestro comportamiento religioso” (DD 50).
Esta actitud se refiere a “todos los gestos y palabras que pertenecen a la asamblea: reunirse, caminar en procesión, sentarse, estar de pie, arrodillarse, cantar, estar en silencio, aclamar, mirar, escuchar. Son muchas las formas en que la asamblea, como un solo hombre (Neh 8,1), participa en la celebración” (DD51). Hemos de priorizar esta preocupación por “realizar todos juntos el mismo gesto” (Ib.), cuidándolo de corazón. Porque la participación en la celebración litúrgica “nos forma: son gestos y palabras que ponen orden en nuestro mundo interior, haciéndonos experimentar senti- mientos, actitudes, comportamientos. No son el enunciado de un ideal en el que inspirarnos, sino una acción que implica al cuerpo en su totalidad, es decir, ser unidad de alma y cuerpo” (DD 51).
“Toda esta riqueza no está lejos de nosotros: está en nuestras iglesias, en nues- tras fiestas cristianas, en la centralidad del domingo, en la fuerza de los sacramentos que celebramos. La vida cristiana es un continuo camino de crecimiento: estamos llamados a dejarnos formar con alegría y en comunión” (DD 62). Por eso, insiste el Papa, “os invito a redescubrir el sentido del año litúrgico y del día del Señor: también esto es una consigna del Concilio “ (DD 63).
“El año litúrgico es la posibilidad de crecer en el conocimiento del misterio de Cristo, sumergiendo nuestra vida en el misterio de su Pascua, mientras esperamos su vuelta. Se trata de una verdadera formación continua” (DD 64).
Y “el domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo (por eso, la Iglesia lo protege con un precepto). La celebración dominical ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de formarse por medio de la Eucaristía. De domingo a domingo, la Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia queriendo realizar en nosotros aquello para lo que ha sido enviada (cfr. Is 55,10-11). De domingo a domingo, la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere hacer también de nuestra vida un sacrificio agradable al Padre, en la comunión fraterna que se transforma en compartir, acoger, servir. De domingo a domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene en el anuncio del Evangelio en el que se manifiesta la autenticidad de nuestra celebración.” (DD 65)
Así toma la forma querida por el Señor, comunicada en su Espíritu, tanto la fe de la persona como la misma comunidad cristiana, nuestro ser y vivir como Iglesia en nuestras parroquias y en nuestra Diócesis.

+ Alfonso Carrasco Rouco