Se cumplen en este año 350 del aniversario de la institución de la “Ofrenda al Santísimo Sacramento” por la Junta del Reino de Galicia. Esta conmemoración nos invita a avivar la memoria de nuestra tradición espiritual y cultural, que es, en realidad, la de este Pueblo que cada año se reúne en primavera, para celebrar en la Semana Santa el misterio de su fe: tenemos un Salvador, Jesucristo, que entregó todo su ser por nosotros, que aceptó la cruz para abrirnos el camino de la vida en comunión con Él.
El triduo pascual que conmemoramos inicia con el Jueves Santo, día de la institución de la Eucaristía y del lavatorio de los pies, del sacramento de la comunión eclesial y del mandamiento nuevo del amor, como anticipación de todos los acontecimientos con los que Cristo cumplirá su misión, hasta la “Pascua florida” en la que nos alegra la noticia de nuestra salvación.
Para muchas mentalidades que nos rodean, podríamos contentarnos con las enseñanzas y las ideas de Jesús. Pero nosotros, en cambio, con los actos de la Semana Santa demostramos que necesitamos y, de hecho, tenemos mucho más: su persona y su compañía verdadera, un amor real –humano y divino– que se sacrifica por nosotros, en el que hemos creído y en el que confiamos, manifiesto de modo culminante en la Eucaristía. Anunciamos que el perdón de los pecados, conseguido al caro precio de la sangre, es una gran realidad, como también la resurrección gloriosa, que sucedió al tercer día y que es ya nuestra esperanza indestructible.
La celebración de la Semana Santa, como luego la Ofrenda al Santísimo, expresa el reconocimiento de una presencia y de unos acontecimientos definitivos, en los que vemos la cercanía y la humildad de Dios, y en los que nos gloriamos por la grandeza del amor y del don de nuestro Señor. Se expresa así el corazón de nuestra tradición más verdadera, nuestro ser Pueblo de Dios, que cree y goza de la comunión con Cristo y que desea incorporar el Evangelio a toda su vida.
Que la Santísima Virgen María, madre de Dios y madre nuestra, nos ayude a participar con fe en las grandes celebraciones litúrgicas, así como en las procesiones y los actos de penitencia o devoción; y nos anime a vivir este tiempo con fraternidad y hospitalidad sinceras. Que su intercesión sostenga a nuestras cofradías, nuestras comunidades y parroquias, para que sean siempre lugares donde recobrar la esperanza y experimentar la verdadera caridad, para que lleguen a ser durante todo el año signos vivos de este gran misterio de la fe que celebramos solemnemente los días de la Semana Santa.
+Alfonso Carrasco Rouco
Obispo de Lugo