Ante la LVIII campaña de Manos Unidas
Queridos hermanos,
La campaña de Manos Unidas de 2017 nos invita una vez más a fijar la mirada en la realidad del hambre en el mundo y, con ello, en las situaciones de desigualdad profunda y de miseria que siguen afectando a a muchos pueblos, gentes y naciones.
El lema que se nos propone en particular este año nos pide que tomemos conciencia de un dato primordial: “no nos servirá describir los síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la crisis … Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla” .
En efecto, no podemos no reconocer las inmensas posibilidades que nos ofrece el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, que ha aumentado de modo impresionante nuestro dominio de la realidad y concretamente nuestra capacidad de producir los alimentos que necesitamos: el mundo no necesita más comida.
Pero aunque “nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma, nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera cómo lo está haciendo” . Hemos de reconocer que el bien y la verdad no brotan “espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico”, que es imprescindible un “desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia” : el mundo necesita más gente comprometida.
Se nos pide, pues, un cambio de nuestro “paradigma cultural”, para desarrollar una nueva forma de vida , no dominada por lo que podríamos denominar el consumismo, como “reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico”, por el que se llega a creer que “todos son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir” , mientras cada uno pueda comprar, poseer y consumir, sin aceptar ni siquiera que “la realidad le marque límites” .
A este cambio y a la asunción de nuestra responsabilidad ante la vida nos llama la campaña de Manos Unidas; es decir, a lo que cristianamente denominamos con propiedad nuestra conversión, a permitir que nuestra fe determine la forma de vivir, ilumine nuestra conciencia y sostenga el esfuerzo moral de cada día.
Nos invitan así, en primer lugar, a rechazar la tentación de refugiarnos en la excusa de nuestra pequeñez o fragilidad, ya que nunca está anulada ”por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos” , puesto que todos conservamos una dignidad personal inalienable.
Y nos recuerdan sobre todo nuestra fe cristiana, la misma que ha hecho surgir y sostiene esta gran obra que es Manos Unidas. Gracias a la fe en el Evangelio conservamos con claridad la “conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos” . Y sabemos que la indiferencia por el destino del otro, del prójimo y del pobre no es posible, que la violencia, la mentira o la injusticia son inaceptables; que del pecado viene la muerte y del Espíritu del Señor, que es amor, viene la vida . No podemos aceptar, por tanto, formas de pensamiento, una cultura construida sobre el individualismo radical y el egoísmo, la valoración exclusiva del poder y de las riquezas como criterio de nuestra vida en el mundo.
Para que este compromiso de vida sea posible, necesitamos reavivar la fe en el corazón, la inteligencia de sus implicaciones en nuestro actuar. No conseguiremos hacerlo solos, sino viviendo como miembros del Pueblo de Dios, sostenidos por la Palabra y la gracia del Señor, apoyados en el magisterio con que la Iglesia nos ilumina –hoy del Papa Francisco–, acompañados en la tarea por los hermanos.
Agradecemos, pues, a Manos Unidas su presencia perseverante y su campaña, como una ayuda buena para nuestra conversión, siempre necesaria, para que vivamos mejor nuestra dignidad de cristianos, dando con palabras y obras un testimonio que es imprescindible en nuestro tiempo.
Pidamos al Señor que todos seamos gente comprometida en el amor a Dios y al prójimo, atentos a las condiciones y exigencias de nuestra sociedad, a las necesidades de nuestros hermanos.
Y pidamos también que Manos Unidas pueda seguir cumpliendo su misión en la Iglesia y en el mundo, con las aportaciones de muchas personas comprometidas.
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo