Jueves Santo: «In Coena Domini»

Lo último del obispo


Con la celebración del Jueves Santo, la Iglesia comienza el Triduo pascual y evoca aquella Última Cena, en la cual el Señor Jesús en la noche en que iba a ser entregado, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino y los entregó a los apóstoles, mandándoles que ellos y sus sucesores en el sacerdocio también los ofreciesen.

“Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera.” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 47)

Toda la atención del espíritu debe centrarse en los misterios que se recuerdan en la Misa: es decir, la institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal, y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna.

Origen de la celebración

La Iglesia primitiva celebraba la fiesta de la Pascua sólo desde la Vigilia Pascual hasta la mañana de Pascua. No fue hasta el siglo IV que esta celebración se extendió gradualmente a lo largo de tres días. El Triduo Pascual se inicia así el Jueves Santo con la Misa "in Coena Domini", y encuentra su punto culminante en la Vigilia Pascual.

Comienza el jueves por la tarde porque, según los judíos, el día empieza ya la noche anterior y, por tanto, litúrgicamente las solemnidades y los domingos se celebran ya con las Vísperas del día anterior; una segunda razón es que, en la Última Cena, Jesús anticipa sacramentalmente el don de sí mismo que hará en la Cruz.

“Al instituir el sacramento de la Eucaristía, Jesús anticipa e implica el Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo, como se lee en la primera Carta de San Pedro (cf. 1,18-20). Situando en este contexto su don, Jesús manifiesta el sentido salvador de su muerte y resurrección, misterio que se convierte en el factor renovador de la historia y de todo el cosmos. En efecto, la institución de la Eucaristía muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad.” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 10)

Ya se ha dicho anteriormente que el Jueves Santo inaugura el Triduo Pascual, cuya meta es la Vigilia Pascual; del mismo modo, la Eucaristía está íntimamente relacionada con la escatología, ya que en ella se nos da a pregustar el cumplimiento escatológico hacia el cual se encamina el hombre y toda la creación.

“Así pues, en cada Celebración eucarística se realiza sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios. El banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como «las bodas del cordero» (Ap 19,7-9), que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos.” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 31)

Otro de los elementos característicos del Jueves Santo es el lavatorio de los pies, que, según la tradición, significa el servicio y el amor de Cristo, que ha venido no para ser servido, sino para servir. El lavatorio se realiza después de la homilía, recordando este gesto de amor y servicio de Jesús hacia sus discípulos (cfr. Jn 13, 4.5.15).

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