Esta tarde el obispo de Lugo, Mons. Alfonso Carrasco, presidió el funeral por el eterno descanso del Papa Francisco.
La ceremonia estuvo concelebrada por medio centenar de sacerdotes y numerosos fieles.
En su homilía Mons. Alfonso, señaló que esta celebración visibiliza “la unidad de todos los fieles, que surge y es fruto culminante de la Eucaristía, del don del Señor; y que se realiza siempre en un lugar, en una Iglesia particular. En ella entramos en la plena comunión de toda la Iglesia, en la que no existen fronteras, ni discriminación alguna por motivo de raza, cultura o condición social”.
Esa unidad del pueblo de Dios es fruto del don del Señor, algo que el papa Francisco quiso siempre priorizar, que Jesús se entrega por el corazón sencillo, pobre, abierto a Dios y a los hermanos: “Esta certeza dominaba el ánimo y la palabra de Francisco: la prioridad del pobre de corazón, de la persona en su verdad y sencillez. El amor del Señor ha hecho brillar para siempre esta dignidad primera de la persona, que, convertida en criterio de vida y de acción, es el bien más grande, lleno de fecundidad verdadera, capaz de generar humanidad, la cultura de todo un pueblo”
Como priorizó- continuó el obispo- el “invitar a la Iglesia a mirarse a sí misma desde la cruz de Cristo, lugar del más pobre, y a entender su misión desde las “periferias” sociales y existenciales y no a partir de los centros de poder de este mundo”.
Mons. Alfonso Carrasco nos recordó que el Papa ha querido poner en el centro igualmente la unidad visible de los fieles, “como fraternidad vivida y católica, de vocación universal, expresión culminante del don del Señor”; y su exhortación a “respetar la propia tradición, nuestra religiosidad popular, a cuidar la forma en la que la fe se hizo vida y cultura en nuestra tierra”; así como a priorizar siempre el Evangelio.
Finalizó encomendando “al papa Francisco al abrazo misericordioso del Señor, que le vino al encuentro, como en la vocación de Mateo, miserando et eligendo. Este ha sido para él siempre el don primero, el principio y fundamento. En realidad, lo es para todos los que somos fieles cristianos, conocido cada uno de nosotros por su nombre, con una propia vocación y misión en esta vida. Que el legado de Francisco nos dé a todos audacia para confiar realmente en el amor del Señor y afrontar con libertad de corazón los desafíos de nuestra época cambiante.”
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María José Campo