El obispo de Lugo, Mons. Alfonso Carrasco, presidió la Misa de Difuntos en el Cementerio de San Froilán. Este año con especial recuerdo a las víctimas de la DANA que ha asolado Valencia.
En su homilía reflexionó sobre el sufrimiento y desolación que nos produce la muerte o el sufrimiento, ese momento de soledad ante lo inevitable, pero en el que los cristianos miramos al Señor con esperanza: “Dios los escucha. Y nosotros podemos decirlo con la certeza de la fe. Dios escucha el clamor de los que sufren en esta tierra, escucha el clamor de los que padecen injusticias, todas estas cosas las escucha, y también escucha la voz de aquel que ya, sin otro apoyo, sin otra ayuda, sin tener ya donde mirar, dice, confío. Por eso el Señor ha venido al mundo, y ha muerto por nosotros. Y es esa certeza la que nos da a todos una alegría, y la que impide que veamos la vida bajo la sombra de la oscuridad”.
Creemos que existe Aquel que mira por cada uno de nosotros y que se preocupa y acompaña: “el único camino que realmente existe es este que el Señor abre y por el cual podemos caminar de su mano, en su compañía, para llegar, como Él nos dice, al Padre. Porque los hombres caminamos, venimos, nos dice nuestra fe, de Dios Padre creador, y volveremos a la casa del Padre”. Y en esa certeza es donde está el único consuelo: “recordad hoy que no hay sabiduría o consejo que nos pueda consolar, pero sí existe Aquel que lo puede hacer. Ningún consejo que nos puedan resolver nada cuando estamos confrontado con el hecho de que nos vamos a morir. Lo único que sirve es la presencia del Señor, sirve saber que su bondad permanece y que podemos confiar en él”.
Si confiamos en el amor del Señor, entonces tenemos esperanza: “Esperanza en este mundo, esperanza ya en esta vida. Y no la despreciaremos nunca, no la descuidaremos, ni la nuestra, ni la de lo demás”.
Y en relación con esto recordó la convocatoria de una colecta extraordinaria el próximo día 10 de noviembre, día de la Iglesia diocesana: “como un signo de que somos hermanos y no nos sentimos ajenos a lo que allí sucede, somos hermanos, hijos del mismo Padre, al que confiamos todos nuestro destino”
María José Campo