Muchas gracias, Señor oferente, Ilustrísimo Sr. Alcalde del Concello de Viveiro, por su presencia y sus palabras, con las que continúa esta gran tradición de la Ofrenda a la Virgen de los Remedios, expresión profunda del ser de nuestra tierra. Saludo igualmente al Excmo. Sr. Obispo de Mondoñedo, a los sacerdotes concelebrantes, a las autoridades aquí presentes y a todos vosotros hermanas y hermanos en el Señor.
La Santísima Virgen María, Madre y Señora nuestra, es símbolo sublime de nuestra cultura y de nuestro pueblo. No sólo como madre que hace posible el hogar, al que siempre ha de volver el hombre, que no puede vivir solo y sin cariño profundo; Ella no es sólo representación excelsa de nuestras madres, símbolo de nuestras familias y casas. Acudimos a la Virgen María como Madre de todos nosotros de modo singular, confiados en la grandeza de su amor entrañable, capaz de comprender con misericordia, pidiendo su intersección como Madre de Dios, como Aquella de nosotros que está mas cerca, que es más querida, que es siempre escuchada por Dios.
Precisamente así la Virgen María es signo de nuestra cultura, de los fundamentos de nuestra vida y de nuestra esperanza. Porque nuestros padres y nosotros, en medio de límites y pecados, hemos construido sobre la roca firme de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que con amor invencible derrotó el mal y la muerte, que convirtió en presencia fuerte y consoladora a los suyos y, en primer lugar y sobre todo, a su Madre la Virgen María.
A la luz del Señor, de su amor, de su victoria y de su Evangelio, acompañados por su Madre, en la que el mal no ha conseguido parte ni victoria alguna, han caminado nuestros padres y han edificado casas y pueblos, toda nuestra tierra.
Siempre hemos venido a los pies de la Virgen con esperanza, ante toda dificultad o dolor profundo, en cada fiesta –más bella en su presencia–, y con esperanza la invocamos ante la misma muerte, confiados en resultar vencedores también nosotros.
Este Espíritu del Señor, esta fe y este aliento, nos es necesario también hoy y lo pedimos un año más a la Virgen de los Remedios.
El desafío de la crisis, que el señor oferente tan elocuentemente ha sabido presentar hoy aquí a Santa María y que está golpeando nuestra sociedad y nuestras vidas, nos preocupa profundamente.
La crisis tiene sus raíces sin duda en las acciones de los hombres, en sus actitudes profundas, en lo que llamamos su moralidad. Efectivamente la persona se desorienta como en un laberinto cada vez más difícil de resolver, cuando pierde los criterios fundamentales en la construcción de la vida. Sucede entonces lo que el señor oferente describió: abusos de los más débiles, el seguir intereses económicos sin ponerlos al servicio del hombre, idolatrar lo material como si nada más hubiera y el sufrimiento del prójimo no importara, multitud de injusticias, contra las que es necesario luchar.
Hoy pedimos a la Virgen María por todas nuestras necesidades, pero en primer lugar por ésta: que también nuestra generación, nosotros, sepamos construir mirando el mundo con fe y a nuestra propia vida con esperanza y amor. Que edifiquemos así en primer lugar nuestras familias, que no permitamos que su fundamento sea el egoísmo, la ausencia de un amor definitivo en el matrimonio, la negación de la vida y de la lucha por nuestros hijos. Y que podamos cumplir el mandamiento del Señor: amar al prójimo como a nosotros mismos, amarlo como sabemos –y nos alegramos– que somos amados por el Señor, como celebramos en cada Eucaristía y hoy aquí.
Y que, amando al prójimo también nuestra generación sepa luchar por la verdad y la justicia; no acepte la mentira, no se ciegue en el relativismo que desespera de llegar a saber la verdad en las cosas de los hombres. Que sepamos hacer los sacrificios necesarios, para optar por la justicia por delante de nuestros egoísmos personales.
Sólo así la esperanza iluminará también el camino de nuestras vidas, habitará en nuestros hogares. La Virgen María es Virgen de la Esperanza, estrella luminosa de la mañana, que nos habla de cielos nuevos y de nueva tierra, en la que habitará la justicia, en la que resplandecerá nuestra humanidad.
Que Ella habite siempre en nuestras casas e interceda por nosotros. Así permaneceremos cerca de su Hijo y, sean cuales sean las circunstancias de nuestro tiempo, construiremos nuestra vida ya ahora a la luz de la esperanza y del amor, seremos en medio del mundo principio de solidaridad, de justicia y de paz.
Que la Virgen de los Remedios sea hoy y siempre nuestro amparo, que proteja a las seis poblaciones aquí representadas, particularmente a Viveiro, y a toda la Iglesia diocesana mindoniense. Y que Ella nos alcance a todos las bendiciones de Dios nuestro Padre.
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo