Foto: Miguel A. Álvarez.
La fidelidad quiere ser la característica de este camino. Fidelidad a nuestro Señor y de nuestro Señor para con nosotros. Esta última es el motivo de nuestra alegría, la certeza de la presencia y de la atención amorosa de Cristo por nosotros: Él nos ha hecho llegar hasta aquí “como un hombre lleva a su hijo, mientras dura el camino” (Dt 1,31). Su fidelidad hace posible la de su Pueblo, la de sus sacerdotes, diáconos y seminaristas, la de su Seminario.
Damos gracias a Dios por la existencia de esta gran casa, de este lugar en que tantas generaciones han aprendido a ser hombres a la luz de la fe en el verdadero Maestro, en que tantas historias apasionantes y dramáticas, de vocación y de libertad, tuvieron lugar, muchas veces en la discreción y el silencio, y fructificaron en el milagro de los sacerdotes “lucenses”, sin los que no se entiende la historia de nuestro pueblo y sin los que habrían sido otras las almas de personas y familias.
Contemplamos con un cierto asombro el espectáculo de este gran edificio, bello y austero, que nos hace ser conscientes de la herencia recibida, de la tradición que nos precede, del protagonismo que en ella nos ha correspondido, más allá sin duda de nuestros méritos y capacidades. Por gracia de Dios vemos hoy restaurado el Seminario de Lugo, fruto de tantos esfuerzos de nuestros padres, tan querido para tantos.
Pidámosle al Señor que nos conceda también a nosotros, en nuestra historia personal y de Iglesia, la sabiduría de una fidelidad verdadera e inteligente. Que su amor, su protección y su cercanía se hagan sentir siempre a los llamados a vivir en esta casa, y den en cada uno el fruto de la fe, de la libertad valiente a la hora de responder a la propia vocación, del amor generoso por la Iglesia en Lugo, por sus parroquias y sus gentes, por su verdadero destino, que se cumple sólo en el Señor.
Y pidamos también a Santa María, la Virgen de los Ojos Grandes, su protección e intercesión por nuestro Seminario y nuestra Diócesis. Que ella sea nuestra abogada ante su Hijo, para que nunca falten aquí sacerdotes “de espíritu fuerte” que sigan haciendo verdadera esta historia de fidelidad a Dios y al hombre.
+ Alfonso Carrasco Rouco
Obispo de Lugo