Queridos hermanos,
Las circunstancias que atravesamos, determinadas por la pandemia, nos están haciendo vivir el acentuarse de la “distancia social”, la disminución grande de las posibilidades de encuentro. Nuestras autoridades insisten en la prioridad de quedarse en casa, de salir lo menos posible, de cubrirse con la mascarilla.
Y, sin embargo, sabemos que no podemos ni debemos quedarnos solos, que nuestra esperanza está en la presencia del Señor, en su promesa de vida, testimoniada por la fe y la caridad de los hermanos, por la cercanía material y espiritual de nuestras comunidades parroquiales, de la Iglesia. En estas circunstancias difíciles, en la tentación del aislamiento, somos y luchamos por vivir como Pueblo de Dios, ciertos del horizonte bueno de la vida y de la ley de la caridad que nos guía en el presente.
¡Qué importante es afirmar esta unidad, experimentar esta cercanía en tiempos de distancia, cuando amenaza la soledad o la inquietud por el futuro! Guardemos las normativas sanitarias, por responsabilidad y por caridad; pero vivamos como Iglesia, participemos en la Eucaristía, apoyémonos en la oración, estemos atentos a las necesidades los unos de los otros.
“Sempre xuntos” ha sido lema nuestro durante la pandemia; hoy quisiera insistir en esas “manos unidas”. Pues nuestro estar juntos ha de ser real aquí, en nuestros pueblos y lugares; pero, si es verdadero, no tiene fronteras, no excluye a nadie. Esto quiere recordarnos de nuevo “Manos unidas”, siguiendo la enseñanza explícita de nuestro Papa Francisco.
La pandemia nos enseña qué responsabilidad tenemos todos, los unos para con los otros, cómo estamos realmente juntos en la misma barca. Nos lo dice siempre la caridad, desde su raíz misma: Cristo murió por todos, es el Cordero que quita el pecado del mundo. Estas son las dimensiones de su caridad, de la que participamos cada uno.
La llamada de “Manos unidas” es hoy una llamada a la verdad de nuestra caridad, que no debe ponerse límites, que hace propias las necesidades del hermano, según las propias posibilidades. En muchos pueblos y tierras las urgencias de la Covid-19 se han sumado a las pobrezas ya existentes: de alimento, de agua potable, de medios sanitarios, de atención y respeto por los derechos más elementales. Y nuestra crisis económica hace sentir sus efectos multiplicados entre los más pobres.
Que la petición de ayuda de “Manos unidas”, como en una campaña de emergencia, sea un impulso, un enriquecimiento de nuestra caridad; y avive nuestra memoria de la fe que tenemos puesta en el Señor para nosotros mismos, la esperanza que tanto necesitamos para vivir también aquí las actuales circunstancias.
Ayudemos en la medida de lo posible. Si permanecemos así “siempre juntos”, caminando en la fe y en la caridad, haremos presente la ayuda más imprescindible, ahora y en el futuro, aquí en nuestra tierra y en el resto del mundo: al Pueblo del Dios vivo, “germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano” (LG9).
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo