Ante la LV campaña de Manos Unidas
Queridos hermanos,
la esperanza de un mundo nuevo atraviesa la experiencia de los pueblos, que siempre han sufrido en la historia, y no es sentida menos agudamente en la actualidad, aunque por un instante hayamos tenido la ilusión de que la realización de este sueño milenario ya estaba casi al alcance del poder humano. Es verdad que el aumento de nuestro conocimiento del entorno y de las técnicas para intervenir en él ha permitido responder a muchas necesidades. Sin embargo, aunque hayan crecido nuestras posibilidades de acción –siempre en los límites de la naturaleza–, siguen existiendo injusticias tan viejas como el hambre y las guerras, y han aparecido nuevas formas de exclusión de los bienes de la tierra. La suma de las injusticias y de los sufrimientos, tantas veces evitables, nos hace percibir la urgencia de poner en común fuerzas y capacidades, para hacer posible una novedad real en nuestro mundo.
Esta novedad ha de estar enraizada en el hombre, en su conciencia y corazón, para evitar que el crecimiento de nuestro poder aumente la arbitrariedad y la impunidad, y desaparezca en la persona el sentido de una justicia y una fraternidad elementales. Poder disponer de los recursos –y de la vida– de otros, sin ver sus rostros ni pensar en su bien, ha hecho posible lo que el Papa Francisco ha llamado una “cultura del descarte” del débil, del que no contribuye u obstaculiza mi enriquecimiento.
Esta inhumanidad del corazón convierte en dañino un poder llamado a servir para el bien. Por eso, es muy importante comprender que no habrá mundo nuevo sin hombre nuevo, ni proyecto común sin sentido de la fraternidad, sin que encuentre acogida en nosotros la pregunta elemental: ¿dónde está tu hermano?
A esta urgencia primera y fundamental no responde el crecimiento de nuestras técnicas, sino la novedad del corazón: reconciliado y no fracturado, amado radicalmente y no encerrado en la soledad, capaz de gratuidad y libre de la necesidad de apoderarse de todo.
Este cambio profundo y personal, que nos permite vivir como hermanos, es fruto del don de un Amor inmenso, cuyo encuentro cambia la existencia y sus horizontes. Lo genera siempre el haber conocido y haber creído en el Amor de Dios, que nos es dado en Jesucristo.
La gratuidad, el sentido de la fraternidad deben estar desde el principio en la mente y el corazón, para que el uso de nuestro poder –y de nuestras riquezas– sirva a un mundo nuevo. La fe, la esperanza y la caridad deben alentar en lo íntimo, para que resplandezca la fraternidad, para que busquemos caminos que dejen atrás las injusticias y sepamos estar al lado de quien sufre.
La campaña de Manos Unidas nos invita ciertamente a dar con generosidad, a ayudar a los necesitados. Pero así nos invita a algo más grande: a cambiar la mentalidad. Nos da testimonio de que existe esperanza, de que es posible novedad real en nuestro mundo; y nos recuerda la prioridad de la fraternidad y de la caridad, en tiempos en que el riesgo del individualismo y de la soledad es grande.
Un año más, la campaña de Manos Unidas puede ayudarnos a descubrir lo más importante de nosotros mismos, quiénes somos, cuál es nuestra fe y nuestra esperanza. Porque el gesto de la caridad nos hará volver la mirada de nuevo, y con mayor confianza, hacia nuestro Señor, en quien hemos encontrado perdón y amor y de quien recibimos un Espíritu activo e incansable, que nos hace reconocer a Dios como Padre de todos, y a cada hombre como hermano.
Esta fraternidad concretamente vivida será siempre una novedad en el mundo. De ella podrá brotar un trabajo y un proyecto común, en el que el más necesitado no sea el excluido, sino el cuidado en primer lugar.
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo